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El mejor lugar del mundo tiene que oler a algo parecido al café de Sol y Crema. Y la fortuna es saber que al juntar esas dos palabras, radicalmente excepcionales, no hace falta añadir ninguna otra a la frase porque, sencillamente, este café ha cumplido a nuestro lado las bodas de oro. Se entiende que tiene algo esté café, un conjuro divino, un origen arábico que lo llena todo de un aroma inconfundible y cuya mayor prueba de honestidad, de la pureza de su crítica, es que no acepta permutas, ni cambios: el café en la taza es el mismo, pase lo que pase, porque esa es la mayor muestra de gratitud que tienen con sus clientes.
Fue en 1971 cuando Damián Carmona quiso intervenir en nuestra cotidianidad más absoluta creando su propia marca de café. Lo tuvo claro desde el principio: la calidad debía rozar lo bello y lo exquisito y así comenzó a construirse este negocio. Esta empresa familiar, de segunda generación, continúa siendo el baluarte de la reconocida marca española que tiene su origen en Motril, el corazón de la Costa Tropical. De Sol y Crema siempre se ha escrito mucho, y bien, pero de su amuleto, de Damián Carmona, esa persona vitalista y visionaria se podría hilvanar más de una historia.
Aún hay quién se pregunta de qué forma puede uno agarrar la genialidad que también demuestran sus hijas, Elisa, Rosa y Ana. Y es que, aunque ninguna de ellas desarrolló, inicialmente, su trayectoria empresarial en Sol y Crema, su inteligencia es bárbara y aúpan el honor familiar a otro nivel. Entre ellas existe ese lenguaje no verbal que consigue entenderse con una mirada y la complicidad es total. Elisa, responsable de compras y administración, Rosa al mando de la comercialización y Ana, la más pequeña de las hermanas, liderando la estrategia de comunicación y marketing de la empresa. Y el cuerpo, la cabeza, el corazón, los recuerdos, las experiencias pasadas en otras empresas que no fueron la suya, ese 'peso' de la calle necesario que tanto nos enseña a volar, también se convierten en ingredientes principales de este negocio motrileño por el que pasan 250.000 kilos de café al año y que cuenta con un equipo de veinte trabajadores.
«Somos una familia que siempre ha mimado el café, lo hemos hecho nuestro y eso es lo que más se valora de un producto artesanal», cuentan ellas, y uno entiende rápido qué tiene Sol y Crema para despertar lo hermoso en un sorbo y sumar a tantos 'adictos' a este café tostado bajo el sol Mediterráneo . «Nuestro café no se cultiva en España, se compra en origen, y verificamos bajo un estricto control de calidad que es ese el que queremos antes de tostarlo», cuentan sobre el trazado y la personalización de una marca que se encuentra en pleno proceso de expansión. «A nuestra conocida rama de hostelería, hemos incorporado una nueva línea de alimentación para distribuir nuestro café en tiendas y grandes superficies de toda España», destacan ellas sobre uno de los objetivos marcados dentro de su hoja de ruta.
Fruto de la capacidad de este café por generar devociones, potenciar la línea de alimentación ha sido «todo un éxito». Selección arábica, de Brasil, Colombia, Ethiopia, Honduras o Guatemala, o bien una mezcla de la casa, un blend con aroma fruta o hasta el café especial que enamoró a Carlos Herrera, todo tiene cabida porque, entre los logros de esta nueva dirección se encuentra la ampliación de toda su gama de productos, además de la mejora del packaging y la imagen de marca o la transformación de sus procesos de producción. A este largo camino recorrido por estas mujeres emprendedoras se une la apertura de nuevos canales de mercado con el objetivo de que más personas incorporen este café al ámbito de la costumbre. Casi nada les parece imposible a estas tres almas valientes, que llevan en el ADN ese tipo de ilusión que no es estéril, que siempre quiere más, reafirmando la única respuesta importante para el futuro prometedor que les espera: «lo que tenga que ser, será, pero siempre que la calidad de Sol y Crema siga siendo la misma que hasta ahora».